Share on Pinterest
Share with your friends










Enviar

Emilio Soler

Collapse Show info

UN VIAJE A PLUTÓN

Cuando uno era más o menos adolescente y se daba de bruces con la filosofía clásica, supo de la existencia de Luciano de Samósata (aprox. 125-180 DC), un escritor de Asia Menor de formación y expresión griega que dejó, entre otras muchas narraciones, unos Relatos verídicos, su obra cumbre para los que, como un servidor, terminarían apasionándose por los viajes y viajeros/as muchos, muchos siglos después de la existencia del pensador sirio. En esta obra, el lector asiste a un trayecto a espacios desconocidos, especialmente para los que, como Luciano, vivían en el siglo II de nuestra era. Lo que ahora llamamos “ciencia ficción” ya estaba presente hace veinte siglos, cuando la realidad técnica (que no filosófica) estaba a años luz (nunca mejor dicho) de nuestra actualidad del año 2013.

En Relatos verídicos, el osado viajero que monta en un barco volante impulsado por fuertes vientos, se lanza a los espacios siderales que adivinaba el sabio de Samósata. En su periplo, conoce la Luna y el Sol, donde traba conocimiento con los Selenitas y los Solares. Sorprendentemente, o no tanto, en la narración de Luciano, antes de llegar a la Luna, su mágico velero (mágico, ¿cómo si no?), se desvía hacia el oeste, en tierras desconocidas, donde se encuentra una isla alta y boscosa. Curiosamente, recordemos la vuelta al mundo de Verne, la nueva y desconocida tierra se presenta ante sus ojos a los ochenta días de cumplirse su viaje: ¿premonitoria descripción de la canadiense Terranova donde todavía tardarían casi mil años en llegar las huestes de Erik el Rojo o de la Guanahaní colombina en 1492? Leamos a Luciano en este aspecto: “Partiendo de las columnas de Hércules hacia el océano occidental me lancé a navegar. La causa y el propósito de mi viaje era la curiosidad de espíritu y el deseo de ver cosas nuevas y el ansia por saber cuál era el final del océano y qué gentes habitaban más allá…”

Más tarde, como contara Homero en su Odisea, el héroe del de Samósata se acerca al País de los Muertos, donde, claro está, viaja con Caronte, el encargado de, tras cobrar una moneda, llevar a las almas errantes al Hades a través del río Aqueronte. Al menos según Pausanias y el Dante, empeñados en contradecir a Virgilio sobre el río aquél. El viaje no era en vano ya que Plutón representaba al dios de los muertos, capaz de convertirse en invisible, en la mitología de Apolo.En un lapso de tiempo que desconocemos pero que aceptamos por el interés que despierta la intrépida aventura, el protagonista llega a recorrer el interior, cavernario como señalaba Platón, de una ballena durante varias semanas. Tal y como le ocurriera al profeta hebreo Jonás cuando, tras haber emprendido viaje a la España de su época, fue acusado de provocar una tormenta y arrojado al embravecido mar por su tripulación, de donde fue salvado por la famosa ballena que, tras tres largos días, de retenerlo en su poder, lo devolvió a la vida real y a la dura realidad. Algo parecido a la historia de Simbad el marino en Las mil y una noches.

El extraordinario trayecto de Luciano puede parecer que parodia (seguro que lo hace) a otros anteriores como los de Odiseo (nuestro Ulises) o el de Jasón y los Argonautas, entre otros muchos clásicos de los que tanto gusta recordarnos el catedrático Carlos García Gual, excepcional experto en estas lides clásicas viajeras. Pero sí es seguro que la narración de Luciano de Samósata inspiró algunos viajes fantasiosos que fueron descritos muchos siglos después, como el de Alfonso de Valdés en su Diálogo de Mercurio y Carón; el de Cristóbal de Villalón de El Crotalón; o, para pasar del Siglo de Oro al siglo de la Ilustración, los de Cyrano de Bergerac y su viaje a la Luna, o Jonathan Swift en sus Viajes de Gulliver, inexplicablemente considerados estos últimos como narraciones infantiles.

Bien. Pues un extraordinario viaje a ese tan lejano como frío planeta Plutón, al menos así fue considerado desde que Clyde Tombaugh lo descubriera con su rudimentario telescopio en 1930 y ahora reducido a planeta menor tras la reunión científica celebrada en Praga, esa maravillosa ciudad que ha acogido la obra de Viktor Ferrando, nos lo prepara con su trabajo largo, duro, bien peligroso y soñador nuestro artista calpino.

Viktor, consciente de las dificultades que hoy en día supone alcanzar tan remoto objetivo plutoniano, y al estilo del barón Münchhausen, nos ha preparado una nave, que él pretende creamos se trata de una más de sus bellas, excelentes y grandiosas esculturas, para que, por fin, los sueños itinerantes de tantos de nosotros se hagan realidad. Para que podamos alcanzar, como Julio Verne, el desarrollo de muchas de las profecías y relatos que siempre, desde siempre, nos han acompañado e intrigado. Para que comprendamos con Kavafis, por si acaso no lo habíamos hecho ya, que lo importante no es el destino sino el camino que recorremos hasta llegar al final del trayecto.Pronto, pues, viajaremos con Viktor y su curiosidad intelectual a esos espacios siderales donde nos esperan maravillosos encuentros con personajes cervantinos que nos harán comparar la realidad y la ficción, suponiendo que éstas representen conceptos antagónicos.

Si un autor norteamericano actual, Reardon, verdadero especialista de la literatura griega clásica, reconocía que por las venas de Luciano de Samósata corría tinta y no sangre, podemos señalar sin miedo a errar ni un ápice, que por las venas de Viktor Ferrando, tan escultor como constructor de gigantescas utopías, corre un impulso vital, inagotable, que le llevará, que le está llevando, a viajar hacia dónde y cuándo él desee. Como Luciano de Samósata.Primavera de 2013.

Emilio Soler
Profesor de historia moderna. Universidad de Alicante

Sorry, the comment form is closed at this time.