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Pablo Santos Sanz

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A la escultura «Abyssal Monolith»

A más de 30 veces la distancia que separa la Tierra del Sol, allí donde nuestra estrella es apenas más brillante que una estrella cualquiera, y donde su radiación casi no calienta el espacio, allí donde reinan temperaturas cercanas a los -220oC, allí se encuentra el dios del inframundo, Plutón, considerado planeta desde 1930 hasta el año 2006, en que fue degradado a la categoría de planeta enano. Un mundo rocoso y pequeño allí donde sólo se esperaban mundos gigantes y gaseosos. Plutón, frío, oscuro y duro como el metal, como el acero y el hierro, como la colosal escultura de 33 toneladas de Viktor Ferrando, Plutón, un monolito abisal, un nuevo horizonte. Plutón, con su activa y cambiante atmósfera de nitrógeno, metano y monóxido de carbono, que a veces se condensa sobre su superficie durante siglos, para después sublimarse de nuevo formando una majestuosa y tenue envoltura que rodea a este planeta enano de casi 2400 km de diámetro. Plutón y sus 5 lunas, con el gigantesco satélite Caronte tirando gravitatoriamente de él, forzando y ralentizando su rotación hasta hacerla de más de 6 días. Plutón y Caronte, extraña, fría y lejana pareja mostrándose siempre la misma cara, en eterna sincronía cósmica -igual que el sistema Tierra-Luna-. Plutón, creado a “fuego” y moldeado en los albores del Sistema Solar, como esta imponente escultura, creada a fuego, acero y hierro, y moldeada por las manos de Viktor.
Plutón, un monolito de roca en los abismos planetarios de nuestro Sistema Solar, un nuevo horizonte, como la nave que ahora mismo surca el espacio a la espeluznante velocidad de 15 kilómetros por segundo y que se encontrará con Plutón y su sistema en julio de 2015. Un nuevo horizonte y a la vez la puerta de entrada a una región de cuerpos no descubierta hasta el año 1992 -exceptuando el propio Plutón descubierto 62 años antes-. Una región donde habitan los objetos transneptunianos, verdaderos ladrillos primordiales que dieron origen a los planetas del Sistema Solar, y que han permanecido prácticamente inalterados durante toda la edad del mismo, unos 4600 millones de años. Reliquias que nos permiten bucear hacia el origen del Sistema Solar y hacer “arqueología planetaria”. Plutón y su lento movimiento que le lleva a dar una vuelta al sol una vez cada 249 años, lento, muy lento a escala humana, casi eterno e inalterable como el acero de esta inmensa escultura abisal.
Plutón, con su superficie rocosa parcheada con metano congelado aquí y allá, oscura y brillante, manchada por el hielo, como estas 33 toneladas duramente trabajadas, con sus claro-oscuros forjados aquí y allá por la mano del escultor con la colaboración oxidada y caprichosa de la madre naturaleza. Plutón, tétrico y mortal, lejano, helado, aterrador, pero a la vez poseedor de tantas respuestas a los misterios del origen de los planetas, incluso de nuestro propio origen. Plutón, girando silencioso, sibilino, que seguirá girando por los siglos cuando nosotros, y todos los que alguna vez hayan oido hablar de nosotros, nos hayamos ido. Como este monolito abisal, hecho para durar,con materiales que seguirán ahí, atravesando el tiempo, también cuando nos hayamos ido.

Pablo Santos Sanz
Investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía (CSIC) especialista
en Objetos Transneptunianos -como Plutón- y Centauros.

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