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Javier Espada

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a la escultura «Desolation»

La materia, la materia nocturna destilada en pesadillas y aquelarres, hecha jirones, toma vida en la fragua de Víktor Ferrando, y surgen extrañas raíces, venosidades, oquedades y entramados que adquieren una extraña i-realidad: la que le concede nuestra atávica memoria de miedos y diablos, la de la materia inerte pugnando por latir, por apropiarse de espectros y palpitos, por dejar de ser cosa y transformarse en ser. Obras espectrales como divinidades invertidas, subvertidas, transgresoras, en un ritual tan antiguo que no podemos obviar. Divinidades del parto de la materia, del triunfo de la noche, de la apoteosis del mal, de rituales inmemoriales, de seres urdiendo un apocalipsis de máquinas solteras, construyendo el guión de una historia, de una narración que nos atañe, de lo oscuro, de nuestros miedos infantiles, porque aunque parezcan hechas de pesado metal, lo cierto es que están entretejidas con materiales tan livianos como el celuloide o los ensueños. Buñuel, como otros miembros del grupo surrealista, sentía predilección por la novela gótica, por ese mundo pasional y subterráneo hecho con los despojos de la realidad –tal como parecen estar construidas las obras de Víktor Ferrando– con la parte del inconsciente, de los sueños, y que es tan real como la realidad misma porque son sus raíces, los tentáculos que se hunden más allá de donde alumbra la luz de la conciencia, movidos con una extraña autonomía que nace en la raíz de los deseos. Creencias, sueños, muerte, pecado, miedos, locura… también forman parte de de la realidad, como ya reivindicara el movimiento surrealista. También lo son estos artefactos de espiritualidad condensada, porque el diablo no es materia sino espíritu rebelde.

Javier Espada
Director del Centro Luis Buñuel de Calanda

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