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Javier Gomez Elvira

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A la escultura «Hellraiser Asteroid»

Cuando veo la imágenes que diariamente recibimos de Marte me encuentro paisajes en los que parece que el tiempo se ha detenido o al menos lleva un ritmo distinto al de nuestro planeta. Todo parece inmóvil, hasta las motas de polvo más pequeña parece que llevan en esa posición miles de años. Es como si las fuerzas de la naturaleza que conforman nuestros paisajes no existiesen hoy en día allí. Afortunadamente no es del todo cierto, el viento sigue existiendo sigue siendo el gran escultor. Día a día va arrancando de las rocas diminutas briznas que algún día levantará a kilómetros de altura en alguna tormenta de polvo planetaria.

El pasado quizás fue diferente. Su corazón que ahora parece no latir estuvo arrojando materiales desde su interior, dejándonos como recuerdo a Olimpo, el más grandes de los volcanes del Sistema Solar. Grandes cantidades de agua cubrían sus llanuras y moldeaban poco a poco su superficie formando descomunales cañones a inmensas llanuras, en las que depositaban todo lo que arrastraba en su camino y que hoy en día son parte de los jardines de rocas que observamos a través de los ojos de Curiosity. Jardines tapizados por el color rojizo del suelo y adornado por rocas de mil tamaños.

Minerales de hierro oxidados por el efecto del agua, en el pasado, o por el efecto de la radiación que diariamente esteriliza la superficie del planeta son los responsables de los cientos de tonos rojizos que se ven en los paisajes marcianos y que todos juntos dan ese color rojo que desde hace miles de años atrajo la atracción de los pobladores de nuestra tierra.

Un color rojo que lo hacía único en la bóveda celeste y que le hizo merecedor de que ser el segundo dios más importante del olimpo romano, sólo por detrás del gran Júpiter. Rojo de guerra. En él también se fijaron los babilonios y los hindúes poniéndole el nombre de una de sus deidades.

Por esa atracción que siempre ha tenido sobre nosotros, Marte ha jugado, y por su puesto juega, un papel relevante en el conocimiento científico. Galileo lo observó con dificultades con uno de los primeros telescopios y le sirvió a Kepler para postular las leyes que describen el movimiento de los planetas. Hoy en día buscamos en él datos para comprender el origen de la vida.

El viento, el hierro, los colores rojizos, la mitología, la ciencia todo se da cita en la escultura de Viktor Ferrando. El viento que sopla de todas las direcciones y que conforma un paisaje de hierro oxidado por el paso del tiempo. Un Marte que sirve para iluminar al conocimiento y a través de él revelar los secretos de la naturaleza. Una caballo de guerra que recuerda al dios de los romanos. Y el rojo, siempre el rojo, el color que captura de alguna forma nuestra imaginación.

Dr. Javier Gómez-Elvira
Doctor en ingenieria aeronautica y Director del Centro de Astrobiología (INTA-CSIC)

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