Share on Pinterest
Share with your friends










Enviar

Manuel Toharia

Collapse Show info

REINVENTAR EL ARTE DE LA CIENCIA

Es probable que todavía sean muchas las personas que consideren que la ciencia y la tecnología tienen poco que ver con las artes y, en particular, con las artes plásticas. Al fin y al cabo, suele decirse, si nuestro yo artístico apela a las sensaciones y los sentimientos más que a la pura y estricta racionalidad, parece lógico suponer que nuestro yo científico tenga por guía esencial la lógica estricta y la permanente preocupación por la evidencia experimental que confirme, hasta donde sea ello posible, las hipótesis previas.

Por otra parte, que ciencia y arte parezcan formas tan diferentes del conocimiento humano es algo que ha dado lugar a esa tan terrible como lamentable división de la cultura en dos entes aparentemente incompatibles: la cultura artístico-literaria y la cultura tecno-científica. Hoy todavía sigue vigente en algunas mentes el falso abismo entre las dos culturas, que aparece de forma patente en la clásica pregunta acerca de si uno es de ciencias o de letras.

¿”Es”? ¿Cómo se puede “ser” de letras o de ciencias? Las letras, las artes en general, y las ciencias no son una esencia, es decir, una parte integrante del ser humano, sino que constituyen algo más transitorio, que tiene que ver mucho más con “estar” que con “ser”…

Trabajos artísticos con honda raigambre tecno-científica como los que nos propone Viktor Ferrando pueden, quizá, servirnos para comprender de manera directa lo que realmente implican esos dos términos sólo en apariencia antitéticos: ciencias y artes.

Pero entonces, ¿el arte es como la ciencia? En realidad, el artista es ante todo un investigador, un explorador; en sus resultados, y en algunos de sus métodos, suele ser diferente al investigador científico, aunque es posible encontrar ejemplos que muestran similitudes sorprendentes en sus respectivos trabajos creativos. Pero lo que artista intenta es explorar nuevos caminos para conseguir canales de comunicación con sus semejantes, originales y en todo caso diferentes a los habituales, a través de un lenguaje propio que le sirve para exponer, mostrar, despertar y compartir sentimientos.

Es un tipo de expresión no siempre verbal, sobre todo en artes plásticas, pero que puede muy bien aliarse con el idioma, como ocurre con poesía o la ópera. El artista “habla” con palabras diferentes a las que utilizamos al escribir y al leer; por ejemplo, en la música los sonidos no sólo despiertan sentimientos en nosotros sino que, además, pueden ser representados por escrito mediante el lenguaje del solfeo. Y en el caso de las artes plásticas, el lenguaje se basa en la utilización de formas y colores, por mucho que podamos luego intentar describir en lenguaje llano las sensaciones que todo ese conjunto despierta en nosotros. E incluso la literatura, que utiliza la lengua que hablamos y escribimos todos, comunica sensaciones que trascienden de lo escrito, buscando una especie de proyección de la personalidad del lector en lo que está leyendo, de tal modo que lo que percibe sea suyo, y sólo suyo. En eso se reconoce un patrón común entre todas las artes: el mensaje parece igual para todos los que lo reciben, pero luego cada uno de nosotros lo percibe de manera personal e intransferible.

Hay quien dice que la comunicación que establece el arte parece tener que ver más con el cerebro límbico, al de las sensaciones y las pulsiones más antiguas, que con el neocórtex, esas células grises exteriores que nos confieren racionalidad e inteligencia. Pero todo en el cerebro está interrelacionado. ¿Cabe acaso esa separación orgánica entre el arte y la racionalidad? Suena ridículo; si así fuera, los animales –que no tienen neocórtex- podrían ser capaces de crear arte. No haya nada tan “humano” como el arte… Pero es que tampoco el científico utiliza en exclusiva el neocórtex en su trabajo. En su proceso de investigar intervienen también las sensaciones, los sentimientos, la intuición, las emociones, incluso eso que algunos llaman “sexto sentido”… quizá incluso una pizca de irracionalidad… La creatividad científica nace del pensamiento lateral, de la lógica divergente –que no quiere decir ilógica, pero sí inusual-, de su arte “científico”, en suma.

Y así es como Viktor Ferrando basa su obra en una especie de simbiosis apasionante entre todos esos lenguajes, entre lo que comúnmente denominamos ciencia y arte. Su campo de investigación podría muy bien ser denominado ciencia “artística”, o arte “tecnológico”. Y no sería fácil distinguir los mecanismos íntimos de uno y otro proceso. ¿En sus obras de arte, dónde terminan la astronomía, la mecánica, la metalurgia, y dónde comienzan a armonizarse con empieza la escultura, la simetría, las formas singulares… la belleza, en suma? El arte, como la ciencia, se basa en un afán explorador, casi siempre descubridor. En el caso de Viktor Ferrando, su arte se adentra en parajes que están fuera del alcance de lo que el lenguaje habitual de la ciencia o del arte nos permite concebir. Pero se entronca con ambos universos.

Los científicos y los artistas están en permanente busca de nuevos territorios, de nuevos avances en ese campo inmenso que constituye la fecunda amalgama del conocimiento racional y el conocimiento sensorial, la racionalidad y las sensaciones, la lógica y los sentimientos, la mecánica y la abstracción… En el fondo, lo que comparten los “investigadores-artistas” y los “investigadores-científicos” puede englobarse en un solo concepto clave: creatividad. Porque permite crear, originar algo nuevo donde antes no había nada, por mucho que pudiera basarse en elementos anteriores, quizá similares pero siempre diferentes.

La creatividad depende de muchos factores. El primero de ellos, obviamente, tiene que ver con algún tipo de preparación previa. Picasso nunca hubiera podido pintar sus cuadros cubistas sin el previo aprendizaje de las técnicas básicas del dibujo y la pintura, que algunos relacionan con sus etapas iniciales, como la etapa azul. Y Einstein jamás hubiera descubierto la relatividad del tiempo sin una previa preparación, escolar y universitaria, en física y matemáticas. Luego la genialidad de uno y otro les llevó donde les llevó.

Pero a la creatividad no le basta esa base de conocimiento previo, de técnicas artísticas aprendidas. Del mismo modo que la semilla que se deposita en una maceta requiere muchos otros condicionantes –tierra fértil, luz, calor, nutrientes, cuidados- para llegar a ser una flor. Aunque sin esa semilla previa, todo lo otro sobraría.

Esos elementos de la investigación creativa, indispensables tanto en arte como en ciencia, son como mínimo la inspiración, el tesón, el amor a lo que se hace, a veces incluso la suerte… Es clásico referirse a las cinco “Ces”: Creatividad, Curiosidad, espíritu Crítico, Constancia y Cariño. Es decir, posibilidad de llegar a cosas que antes nadie había conseguido alcanzar –Creatividad-; apertura positiva hacia todo lo nuevo –Curiosidad-; espíritu crítico que haga desconfiar de cualquier fe ciega –Crítica-; tesón y perseverancia en el trabajo del día a día –Constancia- y, por último, Cariño, literalmente “amor al arte”, es decir, empatía personal con lo que se hace y se pretende hacer, por encima de la incomprensión y el desaliento.

Son cinco cualidades que definen, mejor que ninguna otra cosa, el arte de investigar, o la investigación del arte. Fue el famoso físico americano Albert Báez (por cierto, padre de la no menos famosa Joan Báez, una curiosa fusión ciencia-arte que en el presente contexto es imposible no citar) quien definió con esas cinco Ces la esencia de la investigación en arte y en ciencia.

Parece difícil encontrar mejor ejemplo de todo ello que la propia obra de Viktor Ferrando que ahora presentamos en la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Sus monumentales instalaciones rebosan creatividad, que se basa a su vez en la curiosidad, el espíritu crítico y la constancia, como expresión de la férrea voluntad por mostrar su cariño hacia estas nuevas formas de comunicación artística. Como una reinvención del espíritu de aquel arte tecno-científico que ya imaginaban sus antecesores del Renacimiento, y muy especialmente Leonardo.

El resultado final no puede ser, pues, más apasionante. Máxime, cuando se apoya en ese entorno rebosante igualmente de tecnociencia artística que es nuestra Ciudad de las Artes y las Ciencias. Ferrando bien pudiera ser para el arte y la ciencia lo que Calatrava en sus edificios quizá sea para la arquitectura –que también es arte- y la ingeniería –que también es ciencia-.

No se me ocurre un marco más adecuado para dicha confluencia que la fusión, aunque sea temporal, de ese nuevo paisaje urbano de Valencia con los elementos poderosos que configuran la obra que ahora tenemos el honor de exponer. Es obvio que los procesos creativos de la ciencia y el arte se parecen mucho más de lo que podríamos imaginar. Quizá todo el texto que precede hubiera sobrado si, al afirmar algo así, me hubiese limitado a recomendar la visita detenida y curiosa a la obra de Viktor Ferrando. Quizá sea la mejor refutación posible de aquella indigna dicotomía de las tristemente famosas dos culturas. Que son sólo una, que lo integra todo. Y que nos es imprescindible para ser, sobre todo, más humanos. Para vivir más cómodos, más integrados, de forma más plena, pensando y gozando a la vez. Siendo, en suma, más libres. Gracias, Viktor, por la parte proporcional que de todo ello te corresponde.

Manuel Toharia
Director Científico de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia

Sorry, the comment form is closed at this time.