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Vicente Navarro de Lujan

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A la exposicion «Subcosmica Gravitatoria» En la ciudad de Las artes y las Ciencias de Valencia.

TITANES

Sabido es que el filósofo Friedrich Nietzsche, tan admirado por Víktor Ferrando, en su obra “El nacimiento de la tragedia” desarrolló su teoría estética en torno a la contraposición entre lo apolíneo y lo dionisíaco, sinónimo lo primero de la armonía y la razón, mientras que lo segundo nos trasladaría a un mundo de delirio, anárquica inspiración y puro impulso del instante, idea del pensador germano que Eugenio d´Ors haría suya y desarrollaría en su conocida obra “Lo Barroco”, donde contrapondría las formas que vuelan (música, poesía, etc.) con las formas que pesan (escultura, arquitectura…). Sin embargo, como él mismo reconocería, tales contraposiciones no pueden mantenerse de forma rígida, porque, según escribía en la citada obra «en las épocas de clasicismo, la música se vuelve poética; la poesía, gráfica; la pintura, plástica; y la escultura, arquitectónica. Recíprocamente, en las épocas de tendencia barroca, la gravitación se produce en sentido inverso: el arquitecto es quien se hace escultor; la escultura pinta; la pintura y la poesía revisten las formas dinámicas propias de la música.»

Desde esta perspectiva clasificatoria, ¿dónde podríamos encajar la obra de Víktor Ferrando? En mi opinión, su obra constituye un ejemplo claro de que esa dicotomía no se sostiene de forma estricta, pues, aun cuando nuestro autor usa materiales duros y de gran pesadez, como el hierro o el acero, que nos acercaría al mundo de lo dionisíaco, el resultado estético resulta muy diferente, porque sus esculturas de muchas toneladas adquieren una sensación de volatilidad inusitada, trasunto de la ingravidez eterna de los planetas que representan, que se intensifica por la conjunción de sus esculturas con la música que él les aplica, quintaesencia del orden de lo apolíneo.

Víktor usa para la construcción de su obra material ferroviario, punto en el que quisiera detenerme un instante. Siempre he sentido atracción por el mundo del ferrocarril y a veces he meditado acerca de que el infinito paralelismo de las vías era una metáfora de la eternidad en la que yo creo, del proceso siempre inacabado de construcción de lo humano, de la propia biografía, de que el hombre nunca es un ser “in facto esse”, sino “in fieri”, es decir, en constante proceso madurativo y de aprendizaje. Pero, el ferrocarril me seduce también, porque en mi opinión constituyó el gran salto de la humanidad en la concepción vital del espacio y del tiempo, pues a partir de su aparición como medio de transporte el mundo empezó a ser pequeño y todos sus paisajes quedaban al alcance de cualquier ojo humano que tuviera la curiosidad de la aventura viajera. Aparecía la velocidad como concepto, la posibilidad de atravesar los espacios geográficos con rapidez antes nunca vista. En definitiva esa era la gran metamorfosis; que una locomotora arrastrara a cientos de viajeros a velocidades antes nunca alcanzadas, que atravesara montañas por oscuros túneles, abriendo a una multitud notable horizontes antes insospechados. Los adelantos posteriores sólo representaban avances cuantitativos, pero el gran logro cualitativo, como transformador de los modos de vida, fue la primera carrera alocada de una locomotora de vapor sobre una vía.

Por ello, cada vez que contemplo en la obra de Víktor los raíles fundidos o unidos en nuevas formas, los evoco como medio de tránsito por cuyos lomos han circulado miles de personas, ilusiones, sueños, encuentros y desencuentros, de suerte que cada escultura se me antoja una densa mole de memoria acumulada. Memoria en movimiento, por otra parte, pues la voluntad de Víktor los convierte en representaciones planetarias y, si algo caracteriza a los astros a pesar de su aparente quietud, es su tránsito constante, su rotación imparable en el ámbito inabarcable del universo. Cierto, paradójicamente, a pesar del peso inmenso de la mayoría de las obras de Víktor, yo subrayaría en ellas una inefable sensación de movilidad y ligereza, como si estuvieran prontas a iniciar el vuelo por el lugar para el que han sido concebidas: para volar sin fin por el espacio inacabable.

Las esculturas de Víktor tienen algo de titánicas, como él mismo se asemeja mucho a un titán, no sólo en su propio aspecto y porte, sino en lo variado de su experiencia vital, en la magnitud física de las obras que emprende sobre las que es posible verle andando provisto de las más diversas herramientas, convirtiendo el fuego de la soldadura en instrumento de cohesión de elementos metálicos bien diferentes, como Hiperión retorciendo a voluntad el acero y el hierro con la fuerza de su llama, descubriendo en cada metal el secreto oculto de las posibles formas, pues la labor de todo artista -¡nada más y nada menos!- consiste en revelar en los diversos elementos silenciosos y aparentemente muertos (mármol, metales, pintura, etc.) las posibilidades estéticas que encierran, ofreciendo luego al espectador esta fantástica y onírica potencia como obra ya acabada y desvelada.

Vicente Navarro de Lujan
CEU
Director Proyección Cultural y Social
Directivo Fundación – Palacio de Colomina
Profesor Universidad Departamento Derecho Público

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